Me había olvidado cuanto detesto el helado de sambayón. No lo recordaba simplemente y por alguna razón justo lo elegí entre las decenas de variantes de esa cartelera de sabores. Eso por hacerme el loco y elegir algo diferente de lo usual. Mala suerte simplemente o quizás fue que me quería castigar mi inconsciente por alguna cosa que habré hecho. ¿Que otras cosas no me gustan y tampoco recuerdo? Además esa heladería no me gusta demasiado ahora que lo pienso, o quizás cafetería debería decir. La razón es porque te hace sentir muy expuesto estar sentado ahí. Ya sé, es mi barrio, mi gente en algún sentido pero la sensación es la misma. Algo así como hallarse inerte, detrás de las vidrieras como un maniquí o una suerte de bestia excéntrica para que la gente infinita en la calle no deje de descolocarte con miradas que vacían; y hablo de las miradas que no aportan, porque hay miradas y miradas: están de esas escasas, que uno no suele percibir casi nunca pero que van cargadas de algo más que el acto de ver, que brillan en ellas la constancia de una amistad, un erotismo o un cariño a lo mejor, y después están las demás, esas que solo te hacen sentir como algo más del paisaje urbano, en las que lucen la indiferencia cansina, el desprecio involuntario de la humanidad que te pasa por alto sin más que la idea de llegar cuanto antes al próximo lugar. Se entiende. Yo también miro así muchas veces, con un desdén no intencionado quizás. El asunto es que no siempre se puede procesar o advertir todo lo que acontece frente a uno, hay que ignorar o dejar ir cierta información para aliviar la mente. Pues muchas veces anduve por la Belgrano y me he cruzado con conocidos, hasta con amigos, que pasaron frente a mí y no los percibí metido en mis ansias de llegar o de seguro dándole vueltas a uno que otro pensamiento. Creo que estaba hablando de cafeterías…sí. Todas estas cosas las pensaba, recuerdo, mientras tragaba como un cuervo los restos del sambayón para luego seguir con los mejores gustos. Hace tiempo que no iba a tomar helado (¿o a comer?), hace tiempo que no me disponía a escuchar historias ajenas o de limitarme del olvidado gusto de una simple charla. No está tan mal una charla trivial de vez en cuando, creo. Era eso, el cómo los demás hablaban como si nos conociéramos de la vida o de cosas que quisiéramos hacer. ¿Es necesario conocerse demasiado para hablar con fluidez de uno mismo? Me pregunto si en el futuro podré llamarlos amigos sin cuestionar demasiado ese titulo o, si alguna vez ocurre, cuanto tiempo tomará esa transición de que dejen de ser simples conocidos para ganarles algún afecto. Son buena gente, me hacen reír y no preguntan demasiado. Algo suficiente. Eso es lo curioso de la amistad o de las relaciones más complejas quizás, el hecho de que uno no recuerda bien las memorias en las que esas personas, que actualmente quiere, eran simplemente sombras, unos elementos inadvertidos del paisaje. O sí, puede que las recuerde pero esas figuras y esas sombras de lo que eran no parecen corresponderse con esas personas con las que uno ahora transita los días que vienen y que van. A veces hago fuerza mental e intento rescatar esos fragmentos de recuerdos en donde esas sombras, por las que ahora me desvivo, actúan en bucle sin saber que alguna vez nos conoceríamos a fondo; algunos recuerdos son graciosos por la ingenuidad de las situaciones, por la ignorancia o las broncas precedentes al afecto y otras me despiertan pena porque los veo como que todo pudo haber comenzado hace mucho tiempo atrás entre esas sombras y yo. A cada rato pienso en eso. Supongo que es porque eso implica que cualquier desconocido de ahora puede llegar a ser alguien querido en el futuro. Una obviedad tonta, ya sé. También deben entrar en juego otras cosas supongo. Las miradas no cambian por una voluntad sola; el otro siempre esta involucrado en ese proceso de acercamiento: no se puede avanzar si se ponen barreras y por otra parte es en vano levantar cualquier barrera si no hay interés de aproximación del otro lado. Aunque me preocupa que en algún lado me este pasando lo contrario y no lo advierta, que algún cariño pase a ser sombra. A cada rato pienso en eso.
Y no… no es una cafetería que me guste. Me gustaba más cuando era un ciber-café, uno de los primeros del barrio. Y antes de eso una sucursal del correo argentino; lo recuerdo bien porque fue la primer imagen al bajarme en esa esquina junto a mi viejo, esa primera mañana en la que visite Garin. Si bien algunas veces voy a donde trabaja Alan es porque está de paso y sobre todo porque es él la razón de quedarme un rato. Ya casi no lo veo demasiado. Sin embargo, un día de esos, pase por esa esquina y no estaba: había cambiado de turno con una de sus compañeras. No tenia sentido quedarme. No por la sensación de que me observen esa vez, sino porque sabia que sentarme ahí no era perderme en el pensamiento, buscar en vano entre la gente infinita que pasa detrás de las vidrieras una cara en particular. Tenia que hacer tiempo. Camine sin destino fijo por las calles de una ciudad que recién se abría, sin saber muy bien el porqué, o quizás sí, sabiéndolo pero apretándolo bien fuerte para que no me reprochara nada. Caminando entre el paso apurado de la gente que me avanzaba como siempre, esquivando autos, mezclándome entre las bandadas de niños y no tan niños que salían del colegio. Deslizándome entre esas miradas desconocidas y pasajeras que contribuyen a la melancolía de las tardes, que te hacen sentir más extraño de lo que uno se siente. Hasta que encontré lo único que necesitaba, un lugar tranquilo donde parar, y adelantar algún trabajo pendiente quizás. Era una librería que en alguna ocasión habré consultado por un par de libros, pero en aquella ocasión todavía no tenia terminada la parte contigua, recuerdo que decían que en algún momento seria una cafetería o algo por el estilo, que no hace mucho se habían trasladado de no sé donde. Entonces entré, era un lindo lugar. Agradable, modesto. Sino fueran por las mesas de afuera, pasaría inadvertido ese rinconcito tan en contraste con el otro lado de la ciudad; quizás sea mejor así. Adentro estaba vacío a excepción de un pibe con una remera de The doors con lo que parecía merendar con sus hijos; unos nenes no más grandes que mi hermano que le sacaban charla a la chica que atendía en la barra. No pude evitar reír por lo bajo. No había indiferencia en esas miradas, parecían familiares. Me senté bajo un llamativo cuadro, de cara a la calle. Así, dejé pasar algo de una hora y media entre café y café…no me decidía. Nunca me decido. Otra hora más y ya era tarde. No tenia que estar ahí. No tendría que haberle dejado al entusiasmo haberse colgado del colectivo incorrecto, ¿por qué?, si sé que las cosas nunca son tan simples. Mi lugar era una clase de repaso a treinta kilómetros de ahí. Mi lugar hace tiempo que no se corresponde con esa ciudad. En fin, para no aburrir con detalles lo único novedoso de esa tarde fue ese hallazgo porque por fuera de eso volví a caer en lo mismo de siempre. Regrese a casa por los mismos lugares, buscando una mirada entre miles. Atando ese entusiasmo de vuelta para que no volviese a morderme. Era un lindo lugar.
Con ella nunca se sabe. Debe ser ese el encanto. Creo que las personas suelen hacer cosas insólitas solo cuando tocan fondo, si no es por algo insoportable se mantienen por las mismas rutas seguras, tranquilas y predecibles. Me incluyo también, soy bastante previsible cuando creo que las cosas van bien. Sin embargo nunca pude decir eso de ella, nunca se queda en el mismo lugar, es frecuente su estado de mutación. Debe ser que está al borde del precipicio todos los días quizás. No sé, ya pasó tiempo. Solo puedo decir que fue agridulce ver esa notificación que me llevaría a su blog: amargo por la sorpresa y dulce porque siempre es bueno saber algo de ella. Hacía un par de semanas que había evitado la computadora y el celular para no enfermarme de la dependencia a las redes sociales, para no distraerme de más quizás de esos tiempos perdidos en cafeterías. Igual siempre sabiendo que se deja todo eso para al rato volver. Como suele pasar con todo. Un intento de sanidad mental, supongo. No sé si deba hacer referencia de este hecho, de ese nuevo espacio creado, no sé que tanto importe que lo mencione. El miedo de que las cosas cambien ya no tiene sentido, porque eso sucede a cada rato para bien o para mal, nunca nada estuvo bajo mi control, nada fue mio. Pero así es con ella, cuando pienso que las cosas van en un sentido resultan que van en el contrario, y cuando me acomodo en esa nueva dirección todo se vuelve a tornar al revés. Debe ser ese el encanto. Y así fue que ayer al entrar en esa nube recordé esa sensibilidad y esas tardes; es que muchas veces trate de sacarle lo humano a esas razones, pensando erróneamente que así seria más sencillo, como un intento primitivo de victimizarme para poder seguir con una justificación al menos. Sin embargo nadie es victima ni tampoco se puede decir que alguien sea culpable. Entre decisiones mejores o peores las cosas terminaron derivando en estas y hay que darles la mano porque otra no queda. Otra no queda. Y quizás esta sea la forma precisa para poder seguir, la que cree más adecuada. No sé, ya no me pregunto por sus intenciones. Prefiero ya no buscar significados en la ausencia y si pudiera encontrar las respuestas no sé si debería seguir haciendo preguntas. No debería. Y es que su forma tiene algo raro, ese algo que me olvidaba, representa la otra cara quizás que tanto nombré en estos meses, ese otro punto de vista de las cosas que fueron y que son. Como Emma Zunz y Eric Grieg, saberse bajo las palabras de otra persona quizás, y no de cualquier persona. No sé, me alegra ver que encontró una manera de dejar todo eso que le inquieta en algún lugar, aunque no sé si por una vieja sugerencia o por voluntad propia. No importa, espero que le sirva. Y no entiendo si esta manera es solamente para registrar las cosas que fueron y que le suceden o si es una forma que encontró para hablar sin hablar, no creo que amerite preguntarse a estas alturas. Pues quién me conoce algo puede decir que me gustan las historias, que me gustan ver hasta donde desembocan las travesías aunque en algún momento ya deje de estar en ellas. O que en algunas de esas, también podemos salirnos de la ficción bloguera, y entonces encontrarnos directamente, sin mediaciones, sin pretender que nos buscamos, hablarnos sin miedo de dirigirnos la palabra o de quedar en silencio, que no nos pensemos inalcanzables, todavía se pueden reducir las distancias reales e imaginarias a cero en algún mate o en algún submarino dejarlas sumergidas; aún se puede volver a hablar de sobrinos y de perros o, por qué no, de otras tonterías y dejando que el tiempo pase como siempre. Pero sé que las cosas nunca son así de sencillas. Después de tantas mordidas, al entusiasmo es mejor seguir manteniéndolo atado, así no presiona ni ahuyenta cualquier intención. Como si siempre nos terminara dominando la misma forma misteriosa, prefiriéndonos distantes como un sueño dulce y trágico. Así es más seguro supongo. Cualquier certeza es pasajera. Todo pasa a ser otra cosa a su lado sino se presta atención. Con ella nunca se sabe.
Y a pesar de que el mundo no hace más que gritarme de que todo es diferente, yo no lo veo así; por lo menos no en mí. Lo poco que cambió fue que ahora tengo que usar plantillas y que tengo que dormirme algo más temprano solamente. Mi mirada jamás cambió, sigue siendo la de siempre, la de los primeros días. La misma de esas noches, en las que bajo un árbol algo chueco esperábamos esos colectivos que parecían nunca llegar. Con eso me alcanza.